domingo, 8 de marzo de 2015

Chilo y Thomas Hudson hablan sobre las mujeres (Villa en Fort Liberté)


Permanecen un rato en silencio y la mente de cada uno divaga por el laberinto de sus intimidades como viajando muy lejos de allí y volviendo sólo de vez en cuando para espantar una mosca o rascarse la picadura de un mosquito o para retirar con el antebrazo o el pulpejo de una mano el sudor de la cara. Thomas sigue empeñado en su trabajo y Chilo sólo se dedica a mirar.

          -Parece bueno -dice Thomas de pronto.

          Chilo sale de su ensimismamiento y recuerda la taza de café en su mano y bebe un sorbo.

          -¿Parece bueno? -pregunta desconcertado.

          -Ese romance que mantienes con la doctora, parece bueno.

          -No es ningún tipo de romance.

          -¿Ah, no? Entonces, ¿cómo lo llamas?

          Chilo busca palabras con las que parecer convincente pero no las encuentra y entonces supone que simplemente no las hay, no hay palabras para lo que quisiera expresar.

          -La verdad es que tampoco lo sé.

          Thomas se gira y da la espalda a la pintura y sonríe por primera vez desde que Chilo llegase y se sentase a verlo trabajar.

          -Bueno, ahora que sólo estamos los dos podríamos llamarlo romance sin que eso significase gran cosa, ¿no te parece?

          -No creo que debamos hablar sobre eso -dice Chilo muy serio, sus ojos viajan a través de la arcada sobre la balaustrada y se pierden entre las ramas del mango.

          -En mi vida tuve muchas mujeres, ¿sabes? Siempre tenía una mujer a mi lado. Eso me gustaba. Era afamado por ello. Compraba una casa cada vez que tenía una nueva mujer a mi lado. Cuando se acababa la relación también vendía la casa -dice y carcajea brevemente-. Con muchas de ellas recorrí gran parte del mundo y era agradable tenerlas cerca cuando uno se maravillaba con algún nuevo descubrimiento. A ellas también le gustaba eso y era gracioso, me resultaba divertido que esas cosas ocurriesen porque sí. ¿Has conocido muchas mujeres, Chilo?

          -Imagino que conocer no es la mejor manera de decirlo. Algunas ha habido, llegaban por casualidad, y ahora que lo pienso, no sé, es algo que nunca tuvo demasiada importancia para mí.

        Thomas lo mira sonriente y Chilo entiende que la conversación le produce una diversión que le es difícil comprender y cae en la cuenta que últimamente apenas le ha visto sonreír. Trata de peinar su pelo hacia atrás y el flequillo vuelve a caer hacia delante cubriendo parcialmente sus pobladas cejas grises. Reconoce en la mirada de Thomas aquellas miradas de cuando se conocieron.
          
         -Era muy joven -empieza a decir Chilo-. Había una muchacha, apenas puedo recordar su cara, no puedo decir que llegase a conocerla. Creo que ella sí fue importante. Ha pasado mucho tiempo ya, pero ahora que la recuerdo, Teresa creo que se llamaba, sí, Teresita, ahora estoy seguro. Sí, es como si siempre hubiese estado ahí.

          -Me parece que ya sé lo que te hizo Teresita -dice Thomas y arranca en una sonora carcajada.

          Chilo responde con su media sonrisa.

          -Sí, eso debe ser.

        -Todos recordamos a nuestra Teresita, es justo que lo hagamos, incluso cuando se es viejo y ya pensar en mujeres sirva de muy poco -dice Thomas y queda un momento pensativo-. A lo mejor es por eso por lo que ahora creo que es lo justo.

          Cuando Thomas hace ademán de girar su cuerpo para volver a encarar la pintura Chilo habla:

          -No sé si es bueno o no.

          Thomas vuelve a prestarle atención.

          -¿Hablas de Odette?

          -Sí.

          El viejo pintor se despega con dos dedos la camiseta de tirantes de su abultada barriga.

          -Nunca se sabe. Tuve tantas al cabo de mi vida... -dice y luego parece quedar bloqueado y su rostro queda ensombrecido y se muestra serio mientras va y viene de sus pensamientos. Fuerza la sonrisa.

          -¿Y bien?

          -Y bien ¿qué?

          -¿Qué me puedes decir sobre las mujeres?

          El viejo Hudson carraspea.

          -Creo que sólo aprendí una única cosa en todo ese tiempo en el que siempre tenía una mujer a mi lado. Son complejas. Un hombre no debería tratar de entenderlas. Es como intentar alcanzar a nado el centro del océano luchando, sin fuerza y sin saber cómo, contra el intenso oleaje que te hace regresar una y otra vez a la orilla -dicho esto deja de hablar y viejas reflexiones a las que no volvía desde hace mucho tiempo aparecen en la superficie en un proceso incomprensible y misterioso. Chilo escucha con atención-. Muchas veces pensé, cuando las cosas no iban bien con alguna de ellas sobre todo, que Dios no las había puesto en el mundo para lo mismo que nos había puesto a los hombres. Con las cosas así, no es de extrañar que uno acabe como he acabado yo, solo. Estoy casi seguro de que eso no habla bien de mí. También estoy seguro de que es mejor no acabar solo.

          Thomas termina de hablar y se gira de súbito y aplica la punta del pincel con oficio a la paleta donde los colores aparecen mezclados y ninguno es ya lo que en principio debió ser. Luego lleva el pincel a la pintura y retoca algo en ella que a Chilo le es imposible averiguar.

          -Dijiste que habías aprendido algo sobre ellas -dice Chilo.

          Sonriente, Thomas se gira.

          -Sí, nunca se puede estar seguro de algo así. Pero sí, eso creo.

          Saca del bolsillo de la camisa el paquete de cigarrillos, se lleva uno a los labios y lo enciende, se mueve rápido y de una forma mecánica.

          -¿Qué aprendiste?

          Thomas deja correr unos segundos de silencio, como masticando las palabras antes de liberarlas.

          -Que debía amarlas tanto como me permitieran mientras ellas se dejasen.


          Sueltas las palabras ambos ríen y dan por finalizada la conversación y Thomas retoma el trabajo y su gesto es serio, casi preocupado, y Chilo no lo puede ver y también él se torna serio y meditabundo sin que sus pensamientos lleguen a parecerse lo más mínimo a aquellos que recorren fugaces el interior de la cabeza del pintor.

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