sábado, 3 de enero de 2015

El bosque.



Lejos de ser el entorno apacible de los cuentos de hadas
el bosque es un espacio lúgubre infestado de ojos que no miran
y de manos que no tocan y de bocas que no besan.
Allí los árboles crecen retorcidos,
sus troncos mantienen una actitud acechante.
Es también el bosque un laberinto de senderos,
la mayoría conducen al absurdo, todos a la muerte.
Voces lastimeras atraviesan la espesura
enramada como lo hacen los rayos del sol.
Los rayos del sol en el bosque son esa luz mínima,
esa propina o un falso y último acto de piedad,
que nos hace creer en algo, esperar algo, correr por algo.
Lejos de ser la paz el bosque es la guerra pura y sin palabras
Decir bosque es como llegar a una pregunta,
como responderla, como querer responderla.
Hay luciérnagas en el bosque que vuelan esquivas
y siempre lejanas; criaturas cuyos cuerpos
apenas están y que se manifiestan de súbito,
como lo hace el deseo, y son el deseo.
Se las ve volar, en el bosque oscuro, su química
reluctancia, en el bosque tenebroso y hostil.
Son en el bosque inasibles y eléctricas
como un sueño, como luciérnagas en un sueño.
Es el bosque un remoto pasado nunca descrito
y una cárcel de vida, como lo es la conciencia.



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