domingo, 20 de julio de 2014

Por cada golpe que he dado


"La gente verá lo que fui en un tiempo: un hombre atrapado en un malvado y corrupto sistema penal. No saco pecho. Fui realmente horrible, violento, malo. No estoy orgulloso de ello, pero tampoco me avergüenzo de ello, porque por cada golpe que he dado he recibido 21".




Una voz cavernosa y deteriorada procedente de unas cuerdas vocales dadas al grito inunda una sala de cine durante el estreno de una película. El dueño de esa voz no se encuentra allí. La voz es un mensaje grabado en una celda de reclusión de máxima seguridad en la que un hombre pasa los días en la mayor de las soledades. Nadie puede explicarse de qué manera esa voz ha llegado hasta la sala.

El hombre nació como Michael Gordon Peterson. Sus inicios, su infancia, ya apuntaban que nada bueno podría salir de semejante ejemplar. Regalado a la pelea siempre que tuvo ocasión sufrió el amor injusto de una madre y la ausencia ejemplar de la figura paterna. Si esto condicionó el futuro del niño o no es difícil saberlo. Pero el niño creció fuerte, se propuso ser una bestia y lo fue. Y a la bestia sólo la esperaba el mundo del crimen y la bestia se dio al crimen con torpeza. O tal vez, más que torpeza, sin cuidado. Porque la carrera delictiva del hombre pronto estuvo marcada por la cárcel, donde quizá encontró por fin un hogar. Uno en el que la violencia, el demonio que lo manejaba, no sólo era necesaria, sino que se la esperaba, y él la mostró sin pudor.

Bronson es el biopic en el que se cuenta la historia inacabada del que aún hoy es considerado el preso más peligroso del Reino Unido. Un drama predominantemente carcelario en el que el director Nicolas Winding Refn (Solo Dios perdona, 2013) hace gala de su oficio como contador de historias cinematográficas. Y de qué manera. En Bronson los recursos son numerosos, excesivos podría decirse. No cansan al espectador sin embargo. Durante la película el espectador atrevido ha de permanecer atento. La narración es fragmentaria, vertiginosa en su comienzo. Se nos muestra al hombre, a la figura protagonista en su máximo esplendor, queremos saber más de él. Pero como si de un parpadeo se tratase las transiciones nos acercan y nos alejan de lo que creemos necesitar en ese momento. A veces vemos a un hombre corpulento en una celda esperando agitado y los puños hambrientos para golpear a sus guardianes, a veces es el propio Michael que ya es Charles Bronson, el que se dirige a nosotros directamente y nos habla de su persona y sus anhelos, que por el momento nos parecen disparatados. Pero nosotros, el espectador que somos, también participamos como escuchantes del interrumpido monólogo, representados por un patio de butacas repleto que bien se asombra de las violentas afirmaciones del hombre o bien ríe desconcertado por lo que nos parecen cómicas declaraciones de un trastornado. El empleo que Winding hace de la banda sonora es brillante. Puccini, Wagner, los clásicos se alternan con las músicas que sonaban en la época del joven Bronson. Destacable es la elección de It´s a sin de Pet shop boys para un delirante baile de enfermos mentales en el hospital de reclusión psiquiátrica. En este aspecto el director siempre es oportuno, la cinta le está quedando tal y como pretendía.

Toda vez que el director ha conseguido atraparnos la narración se torna una cronología más ordenada. La intención en el montaje nos deja un buen sabor de boca que se contrasta con la agresividad de las escenas. Son irremediables las comparaciones con La naranja mecánica de Kubric. Ahora seguimos con atención las peripecias de Charles Bronson.


Cuando Michael se ve necesitado de un nombre artístico elige uno que define la bestia que es, Charles Bronson. Ya ha pasado por la cárcel, por la reclusión psiquiátrica y ahora alguien ha captado por fin la naturaleza del hombre y considera el darle un lugar en el mundo. Así Charles Bronson dedica su vida a las peleas ilegales. Su hambre de pelea es su oficio y lo mismo le da enfrentarse a un hombre, a dos o a varios, así como a perros de presa, indiferente al número en que se les presenten. No lo hace por dinero pero tampoco sabemos por qué lo hace.

Hasta ahora hemos reservado el nombre del actor que interpreta al personaje. Es de justicia prestar mucha atención al respecto. Lo que más nos llama la atención del británico Tom Hardy (Warrior, 2011; El caballero oscuro: la leyenda renace, 2012) es su físico. Y sí, el físico de Tom Hardy era necesario para este papel por el razonable parecido, sin demasiado que añadir para la caracterización. Una película en la que un actor ha de aparecer en todas sus escenas es un duro examen de interpretación. Tal es este caso, y Tom Hardy lo aprueba con nota. Después de ver Bronson se nos hace difícil pensar que Tom es un hombre normal que lleva una vida normal y que ejerce una profesión, la de actor por ejemplo, y que realmente no es él mismo el propio Charles Bronson, Michael G. Peterson. La película es suya, el escenario parte de él, los secundarios parten del él. Pese a lo onírico de algunas escenas, pese a lo delirante, jamás dudamos de la veracidad de su gesto, de la autenticidad de esa cabeza afeitada y ese bigote con forma de astas de toro. Su interpretación nos puede llevar de la ternura al horror en medio del gran escenario de la violencia que es todo el film. Tomamos como ejemplo la escena en la que Bronson se nos presenta sobre las tablas del escenario trajeado y habla de perfil. Es el perfil propio del personaje y cuenta parte de su historia. A gran velocidad nos muestra su otro perfil, maquillado y pintado como el de una supuesta mujer que le ofrece la réplica. Ambos Tom Hardy, ambas caricaturas, nos hacen recapitular para afrontar quizá una segunda parte. O podemos verlo drogado babeando sobre una butaca en medio de una sala de recreo para perturbados mentales. Y no, no es lo accesorio lo que nos revuelve las tripas. Son sus ojos y su mirada mitad iracunda mitad herida lo que nos va a remover las vísceras de la emoción. Su interpretación hace del film un traje a su medida.

Cuando la vida de Michael se acomoda en la violencia callejera, un breve periodo entre prisiones, aparece el amor. Lo hace en la única forma en la que puede hacerlo en la trayectoria de un hombre así. Pero sabemos que el amor es imposible, lo sabemos en todo momento y la cinta, la vida, no nos defrauda. Ante esto, lo mejor, es volver al lugar de donde nunca debió salir. Y una vez allí volvemos a encontrar ese hueco que siempre nos brinda nuestra infatigable esperanza. El arte como una puerta a la redención, al cambio. Porque dentro de la violencia podemos descubrir que existe una incomprensible pero certera sensibilidad, que está ahí, que existe y es real. Nada puede contra un monstruo fuera de los cuentos de hadas. Pero nos es inevitable la sospecha. Y aquí tampoco la realidad nos decepciona. Las cosas siempre suelen ser como malpensamos.  

¿Qué hacer cuando la manzana sale realmente podrida? Parece preguntarnos Nicolas Winding Refn. ¿Está realmente preparada la sociedad cuando surge de ella misma un Charles Bronson? Actualmente el personaje sigue cumpliendo prisión en las más duras condiciones. Está apartado del mundo, de la civilización, no puede pasear entre humanos comunes. Michael Gordon Peterson no es un loco. Su comportamiento parece responder más bien a una necesidad fisiológica que a algún tipo de trastorno mental. Su objetivo, que parte de su propia naturaleza, era el de ser el más famoso y conocido. Quiero crear un imperio dice Bronson por boca de Hardy en el film. Y vaya si lo ha conseguido. Sus palabras lejanas durante el estreno y presentación -por cada golpe que he dado he recibido 21- son las de la madurez de sus seis décadas de violenta existencia. Nuestra sociedad no ha sabido superar la latente violencia del individuo, el instinto primitivo, el bicho que somos. Lo lejos que nos encontramos de desentrañarnos, parece enseñarnos Charlie Bronson, una muestra de los desequilibrios provocados por el rumbo de la humanidad.



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