jueves, 29 de mayo de 2014

Como huérfanos perdidos en el bosque.




Alguien me dijo hace unos días que mis ojos transmitían tristeza. No es la primera vez que me lo dicen. No me afecta especialmente. Desde luego uno no tiene la culpa de que su rostro sea de determinada manera, en mi caso, con unos ojos que transmiten tristeza. Quiero creer que la apreciación de los demás no se corresponde con lo que se encuentra tras esos ojos. Pero sí es cierto que me resulta harto complicado en estos tiempos no sentirme poseído por una permanente pesadumbre. Podría ser el trabajo, que en parte lo es, y los sacrificios que conlleva. Pero el trabajo termina y vuelve uno a casa con ganas de recobrar fuerzas y de regenerar el espíritu. Existe una predisposición a la alegría, unos brazos prestos al abrazo y una mano dispuesta siempre a darse con sinceridad y firmeza. Pero los abrazos no llegan todos y las manos se tienden dubitativas. E incluso cuando se dan los más esplendidos abrazos, estos, acompañan a la pesadumbre que se manifiesta en el otro tarde o temprano, a la contra. Y es este desánimo colectivo, esta amargura generalizada, la que hace imposible que uno pueda recuperar la alegría. Al igual que la irreversibilidad física de la expresión de mis ojos, la culpa de este estado decaído del ánimo en el ambiente, no recae sobre las personas con que uno se cruza a diario. Es más, uno quisiera aliviar todo esos males de un hachazo eficaz. Pero eso no es posible, porque el mal, sencillamente, está en el aire y es invisible e intratable. Lo entiendo así, con mis muchas limitaciones, intratable. Me pregunto si éramos más felices cuando creíamos en Dios. No es una pregunta sincera. Es una vía de pensamiento, pero un callejón sin salida. Acaba en un bálsamo mentiroso que no hace más que horadar la herida abierta. Algo que sí tengo claro es que podríamos parar un momento y pensar en la palabra soledad. Podríamos establecer una relación con el término. Decirnos cómo esta palabra se encuentra presente en nuestras vidas. La gente está muy sola hoy. Sí, toda una muchedumbre estruendosa de solitarios individuos somos. La muchedumbre en algarabía incrementa la sensación de soledad. Se extiende un aquí no se viene a hacer amigos lamentable. No te muestres débil. Aunque estés jodido y estos aires putrefactos de desánimo te compriman el corazón y los pulmones, no tiembles y aguanta, solo, para que no te puedan pisar. Y la persona que me comentaba el otro día acerca de la tristeza de mis ojos me reconoció que se sentía solo. Me siento muy solo. Y aquello me asesinó. O al menos, se sumó a la soledad de otros muchos que hoy aprietan los dientes porque se sienten solos y no son capaces de reconocerlo, dando como resultado mi asesinato. Esto es insoportable. Respirar así, en este ambiente, no es lo que nos prometimos cuando éramos humanos, niños quiero decir, y nuestra limpieza sólo podía expresarse en forma de esperanza. Los niños se están volviendo adultos antes de tiempo. Adultos o niños huérfanos perdidos en un frondoso bosque concentrado en apenas unos metros cuadrados. La verdad es que nuestra naturaleza es muy contraria a la soledad, por muy larga que creamos tenerla. Y nuestra felicidad se mide por nuestra capacidad de consumir, al nivel del estado de nuestra economía. Me pregunto una estupidez, me pregunto si de verdad el ánimo insufrible que flota por las calles está más relacionado con la idea de una macroeconomía pulverizada como idea en sí misma, o con sus consecuencias a pequeña escala. He de reconocer mi candidez y mi poca preparación sentimental para estos tiempos. Siento mi maduración como un proceso lento que a veces, no pocas, me causan profundos malestares. Pero por otro lado pienso que el hecho de sentirse asesinado por la reconocida soledad de un semejante debería ser lo normal, lo humano; y que es, justamente, lo necesario. Lo que no puede entender este niño díscolo y estúpido es esta crispación y esta soledad que compartimos con el resto de vidandantes. El debate sobre si el ser humano es bueno o malo por naturaleza suena a viejo. Ya se hizo, y no dio resultados, al menos no para mí. Creo que la pregunta estaba equivocada. Me interesaría mucho más saber si realmente el ser humano es en realidad humano tal y como lo concebimos hoy en día. ¿Qué nos ha traído a vivir en estos días? ¿Fue el animal o el humano lo que nos trajo? Y en función a la respuesta que soy incapaz de dar: ¿Cómo hemos de manejarnos en mitad de este aire insufrible de decadencia anímica? Son preguntas que me inquietan. Que haya quienes las respondan sin concederse un minuto, me inquieta aún más. Esto texto no tiene respuestas, ni final posible, que no sea este desconcertado e iluso punto final. 

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