martes, 14 de mayo de 2013

Gaditano de mala calidad.


Es pedregoso, curvado y, muy cuesta arriba, el camino que han de seguir los justos para ser justos con los justos. Un camino en el que lo primero en lo que se ha de pensar es en el respeto, el afecto, la memoria,... Tal vez, quién sabe, ese camino ha de tomarlo uno desde el mismo suelo de partida. Sí, quizá, desde la tierra propia, desde ese pedazo inerte de asfaltos y farolas que le vio nacer y que al tiempo es el mismo de la gente que alberga todos sus afectos y admiraciones.

Reconozco en mi pasado más reciente una reconciliación maravillosa con todas y cada una de las piedras que conforman esta tierra mía. Quiero pensar que he iniciado el camino de los justos. Uno es feliz cuando aprende, pocas cosas pueden ser tan gozosas en el plazo largo de la vida. Y así es como considero que he ganado en esta extraña reconciliación. He aprendido que mi tierra es tan increíble como la tierra de aquellos otros de más allá; que las fiestas de mi tierra son tan alegres como pueden serlo en cualquier otra tierra; y he aprendido que en mi tierra abundan tanto los justos como los necios y que, así mismo, es como ocurre en otras tierras que no son la mía. He aprendido a querer a mi tierra por la vía dolorosa del alejamiento y de la soledad.

Pero no puede ser el amor a la tierra propia como el amor injusto de la madre al hijo. Ha de amarse a la tierra pretendiendo el bien de la misma sobre el resto de las cosas. Sobre la tradición incluso. Porque el futuro es algo que comienza de forma tan inmediata, hacer una revisión, una crítica desde el más profundo cariño, no ha de suponer, a la tierra misma, un foco de reproches hacia quien sólo pretende -equivocado o no- hacer de la tierra, digna de un sano orgullo de sus habitantes.

La ciudad de Cádiz así como las ciudades vecinas no son un carnaval. El carnaval es parte importante; más que eso, mucho más que eso. A cualquiera que se le hablase de Cádiz, de forma automática, sale raudo al paso de una exhibición de conocimiento con el tópico del chirigotero como paradigma exacto  del gaditano medio. Y es por esto que digo que la ciudad de Cádiz y vecinas no son un carnaval pese a ser el carnaval una fiesta importante y divertida y peculiar.

Por este tipo de críticas uno puede recibir -y de hecho ha recibido- el más ridículo de los linchamientos por parte de la gente que aprecia, que admira, que ama como se ama a aquellas cosas que forman parte de la vida de uno y que por ello son merecedoras de amor. De repente, en la red social común, uno se expone a que todas esas iras reprimidas por todas las íntimas miserias le hagan sentir un gaditano de mala calidad, un melón que salió amargo. Y bueno, yo no me considero tan amargo. Quizá sí un poco melón, pero no precisamente amargo. Y aunque uno quisiera obviar todas estas historias de relativa importancia, también piensa que el camino de los justos tiene un inicio y que quisiera tal vez emprender la marcha y que ésta tiene su origen en la tierra propia. ¿Cómo arrancar pues si ya uno es considerado -o se siente considerado- un melón del huerto que ha salido amargo?

Pocos son conscientes de que mi amor por mi tierra, mi amor por Cádiz, pasa de largo el sentimiento común generalizado, llegando a un nivel muy cercano al espiritual. Pocos son conscientes de lo que significa para mí regresar a estos suelos después de mucho tiempo viviendo de lo que le queda de la nostalgia por la tierra que lo vio partir. 

Gaditano de mala calidad. Gaditano de mala calidad. En fin.

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